Psic. Arturo Ruiz Paredes

Históricamente los términos de autismo y asperger siempre han estado muy vinculados y esto se debe a que los estudios del Dr. Leo Kanner y del Dr. Hans Asperger se dan en la misma época. Mientras que Kanner (1944) presenta pacientes donde los síntomas principales son el extremado aislamiento y obsesión por la rutina, los casos del Dr. Asperger muestran como sintomatología la falta de contacto con las personas, encierro en un mundo propio, manera de hablar adulta y ausencia de contacto visual al conversar.

Sin embargo, mientras el trabajo de Kanner (el autismo) pasa a ser reconocido como un trastorno diferenciado, las publicaciones e investigación de Asperger por el hecho de haber sido escrito en alemán en plena guerra mundial y no haber sido traducida no tuvo mucha repercusión. Y recién en 1993 se acepta oficialmente el Síndrome de Asperger en el International Classification of Diseases – ICD -10.

Existen tentativas en marcar algunas diferencias entre el “autismo” de Kanner y el de Asperger como las referidas al lenguaje donde las personas con autismo clásico de Kanner tienen un retraso en la aparición del lenguaje, que no se produce en el Asperger. Así también, mientras el cociente intelectual en el Asperger es normal o superior, en el autismo puede estar por debajo del normal (autismo clásico de bajo funcionamiento), o normal o superior (autismo clásico de alto funcionamiento).

Igualmente, se presentan algunas semejanzas tales como: la inhabilidad para relacionarse con los demás, inhabilidad para comprender la comunicación no verbal o no explicita (podrían agruparse en uno solo: Inhabilidad para la comunicación social) y el interés obsesivo por actividades concretas, afición a la rutina y resistencia – temor – al cambio.

En la actualidad existe discusión si se trata de dos trastornos diferentes o son manifestaciones que están en diferentes grados. Razón por la cual el DSM 5 (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) propone el término de Trastornos del espectro autista en vez de Trastorno Generalizado del Desarrollo. Por consiguiente, se debe eliminar la categoría Síndrome de Asperger, tal como se señala: “Los pacientes con un diagnóstico bien establecido según el DSM –IV de trastorno autista, enfermedad de Asperger o trastorno generalizado del desarrollo no especificado de otro modo, se les aplicará el diagnóstico de trastorno del espectro del autismo”.

A pesar de las discusiones teóricas en cuanto a la diferenciación del trastorno, en la práctica el tratamiento parece ser el mismo: debe ser individualizado y multimodal, dándole un abordaje psicoeducativo, así también cuando sea necesario una intervención psicofarmacológica.

Lamentablemente el tratamiento no implica que exista una curación (eliminar la causa), sino de proporcionar a la persona herramientas que les permita lograr sus objetivos vitales como tener adecuadas relaciones interpersonales haciendo buen uso de la empatía. Es decir, mantener y convertir sus motivaciones e intereses en actividades beneficiosas para él sin verse limitado por ninguna de sus diferencias.

Hay mucho por hacer, pero lo fundamental es que la sociedad acepte, aproveche el potencial y dignidad de la persona, promoviendo el respeto, tolerancia y soporte emocional para ellos.